
BRASILIA, Brasil – En los pasillos del poder de esta capital planificada, se libra una batalla silenciosa pero de consecuencias sísmicas para la mayor economía de América Latina. No es un enfrentamiento político tradicional, sino un pulso técnico y filosófico entre el presidente Luiz Inácio Lula da Silva y el presidente del Banco Central, Roberto Campos Neto, sobre el rumbo que debe tomar Brasil en un momento de fragilidad global y desafíos internos monumentales.
La tensión alcanzó un nuevo pico en la última reunión del Comité de Política Monetaria (Copom), cuando el Banco Central decidió reducir el ritmo de los recortes de la tasa de interés, la Selic, a solo 0,25 puntos porcentuales. La decisión en sí no fue la sorpresa, sino la fractura que reveló: el comité votó 5 a 4, con los directores nominados por el gobierno de Lula abogando por un recorte más agresivo de 0,50 puntos.
Este voto dividido ha sido interpretado por los mercados no como un debate técnico, sino como el preludio de un cambio de guardia. Campos Neto, un economista ortodoxo nominado por el expresidente Jair Bolsonaro y cuyo mandato termina a finales de este año, representa la última barrera de una política monetaria estrictamente enfocada en anclar la inflación. Los votos disidentes son vistos como la voz del propio Lula, impaciente por acelerar el crecimiento económico a través de estímulos y crédito más barato.
“Lo que estamos presenciando es el choque de dos Brasiles”, comenta un analista de una consultora en São Paulo que pidió el anonimato para hablar con franqueza. “El Brasil del gobierno, que necesita desesperadamente mostrar resultados sociales y crecimiento para cumplir sus promesas, y el Brasil del Banco Central, que teme que un movimiento en falso desate los demonios inflacionarios que tanto costó controlar”.
El telón de fondo de esta disputa se ha vuelto dramáticamente más complejo. A la ya existente presión fiscal se suman dos factores desestabilizadores. Primero, el gobierno de Lula anunció recientemente un cambio en la meta fiscal para 2025, abandonando el objetivo de un superávit primario para conformarse con un déficit cero. Para los inversores, esta fue una señal preocupante de que la disciplina fiscal podría ceder ante las presiones políticas, poniendo más carga sobre el Banco Central para mantener la estabilidad.
Segundo, y de una magnitud aún impredecible, están las devastadoras inundaciones en el estado de Rio Grande do Sul, el corazón agrícola e industrial del sur del país. La tragedia humana es incalculable, pero el impacto económico será profundo. La reconstrucción requerirá miles de millones de reales en gasto público, lo que ejercerá una presión fiscal aún mayor. Además, la pérdida de cosechas y la interrupción de las cadenas de suministro ya están generando temores de un nuevo repunte inflacionario, especialmente en los precios de los alimentos como el arroz.
Fuentes del Palacio de Planalto insisten en que la postura del presidente no es ideológica, sino pragmática. Lula ha criticado públicamente a Campos Neto en repetidas ocasiones, argumentando que las altas tasas de interés “no tienen explicación” y estrangulan la capacidad de inversión de las empresas y el consumo de las familias. Para un gobierno cuya bandera es “poner al pobre en el presupuesto”, el costo del dinero es un obstáculo directo para sus programas sociales y de infraestructura.
Por su parte, el Banco Central, en sus comunicados, ha justificado su cautela. Apunta a un escenario global incierto, con la Reserva Federal de Estados Unidos manteniendo sus tasas altas por más tiempo, y a un panorama doméstico donde las expectativas de inflación han comenzado a deteriorarse, precisamente por las dudas sobre la trayectoria fiscal del gobierno. La tragedia de Rio Grande do Sul solo añade una nueva capa de incertidumbre.
Ahora, todos los ojos están puestos en la sucesión de Campos Neto. Lula tendrá la oportunidad de nominar no solo al próximo presidente del Banco, sino también a otros directores, inclinando decisivamente la balanza del Copom hacia su visión. La pregunta que recorre la Avenida Faria Lima, el Wall Street brasileño, es si el nuevo liderazgo mantendrá la autonomía y credibilidad de la institución o si se convertirá en un brazo ejecutor de la política económica del gobierno.
Brasil se encuentra en una encrucijada. El delicado equilibrio entre controlar la inflación y estimular el crecimiento se ha convertido en el campo de batalla que definirá el legado económico de Lula y el futuro a mediano plazo del país. La resolución de este choque de visiones determinará si Brasil logra consolidar una estabilidad duradera o si regresa a los ciclos de volatilidad que han marcado su historia reciente.